Mis lecturas de 2010, en Hermano Cerdo

En los próximos días completaré estas notas de lectura en mi nueva columna para el portal Culturamas, "A la luz cambian las cosas", y en una lista a bocajarro que Juan Soto Ivars y yo hemos redactado para el próximo número de la revista BCN Week. De momento, sirva como muestra de mi año lector este texto publicado en la revista Hermano Cerdo.


Repaso ahora las lecturas que justo hace un año compartí con esta ilustre piara y noto que a lo largo de 2010 he seguido leyendo cuento, mucho cuento (por afición, por trabajo y debido a un par de proyectos editoriales en marcha), pero que este último año ha sido, sobre todo, un tiempo de buenas novelas. Destaco por encima de las demás Sukkwan Island, de David Vann (Alfabia), que con su sobriedad, su crudeza y su tempo narrativo me ha llegado como pocas en los últimos años. Mientras la leía, y aunque el marco (de la belleza implacable de Alaska al lodazal de Yoknapatawpha) y la trama no tienen nada que ver, no podía evitar pensar en Mientras agonizo de William Faulkner. Es cierto que leer a veces no es más que releer en el nuevo el libro anterior, y que a veces erramos, pero para mi tranquilidad el propio David Vann me confirmó en Barcelona que esa novela coral de Faulkner había sido una referencia clave al escribir la suya. Un libro imprescindible, de veras. Alfabia, por cierto, se ha marcado otro tanto en 2010 con la publicación de dos textos de Pierre Michon, que me ha seducido más que su compatriota Houellebecq. Otra gran novela norteamericana leída en 2010 ha sido Dog soldiers, de Robert Stone (Libros del Silencio), un rescate a cargo de esta nueva editorial que reconfigura el mapa de la narrativa yanqui de finales del siglo XX para el lector en español. En EE.UU. ya era un texto crucial y las influencias venían más de Stone hacia sus contemporáneos que no al revés.
También me han interesado las novelas Perú, de Gordon Lish (Periférica); La muerte del adversario, de Hans Keilson (Minúscula); En mitad de la noche un canto, de Jiri Kratochvil (Impedimenta); La luz es más antigua que el amor, de Ricardo Menéndez Salmón (Seix Barral); Providence, de Juan Francisco Ferré (Anagrama) y la peculiar Las teorías salvajes, de Pola Oloixarac (Alpha Decay), aunque de este sello prefiero, con mucho, la breve y potente Suomenlinna, de Javier Calvo. En cuanto a novelas híbridas, que plantean antes una reflexión que el mero disfrute de una historia narrada, me quedo con Los muertos, de Jordi Carrión (Mondadori) y Diario de las especies, de Claudia Apablaza (Barataria). Y en otro tipo de maridajes me ha gustado mucho el texto ilustrado Bestiario y fuga, del pynchoniano (sólo en el halo de misterio, que no en su escritura) Gabriel Sofer (El Olivo Azul).
Tres textos que no son exactamente ficción, pero rezuman pasión por la literatura y el conocimiento de la condición humana, y que ningún buen lector debería pasar por alto, forman también parte de mis mejores lecturas del año. Leviatán o la ballena, de Philip Hoare (Ático de los Libros), que podría anudarse a la experiencia lectora de Moby Dick y que, además de cetáceos, habla de la fiebre de un ser humano por un objeto de deseo, algo del todo melvilleano. Conquista de lo inútil, de Werner Herzog (Blackie Books), es también el diario de rodaje de una obsesión. Herzog es un escritor admirable, capaz de diluir una lírica rilkeana y una oscuridad conradiana en el mismo recipiente. Finalmente en este apartado, otro tratado inmenso, El mundo bajo los párpados, de Jacobo Siruela (Atalanta), un trabajo meticuloso y encendido sobre esa otra cara de las cosas que algunos insisten en mantener aparte de la vida, cuando el sueño, nuestros sueños, son germen y semilla de “lo real”.
Pero, claro, el relato también ha tenido su cuota en mi mesa en 2010, un año de antologías varias, desde las temáticas a las que han intentado hacer inventario de la última década (mezclaría en una coctelera las de Menoscuarto y Páginas de Espuma para sacar la ideal, con algunas gotas de angostura y varios autores olvidados), pasando por las conmemorativas y comentadas (no, no es por hacerme publicidad, pero es que los editores de Nevsky Prospects se lo merecen, por su trabajo y su apuesta en Chéjov comentado). Me quedo pues con cuatro confirmaciones y cuatro felices estrenos. Entre las primeras, “ese chico que siempre promete” o Medardo Fraile y su libro Antes del futuro imperfecto (Páginas de Espuma); Bajo el influjo del cometa, de Jon Bilbao (Salto de Página); Pampanitos verdes, de Óscar Esquivias (Ediciones del Viento) y Llenad la Tierra, de Juan Carlos Márquez (Menoscuarto), maestro Fraile aparte, tres de nuestras mejores voces del cuento, tan distintas entre sí y al mismo tiempo tan potentes. Y también diferentes pero brillantes todos, cuatro primeros libros de relatos: El otro fuego, de Inés Mendoza (Páginas de Espuma); Sonría a cámara, de Roberto Valencia (Lengua de Trapo) y Atractores extraños, del español Javier Moreno (Inéditor), que no es su primer libro pero sí su primera incursión seria (y arriesgada) en el cuento. ¿He dicho cuatro “estrenos”, no? Bueno, me refería también a Fall River, de John Cheever (Tropo editores) o a cómo nace un grande.